Todo arranca con un cambio del paradigma. Aparece una novedad: como un
parásito que transmite una enfermedad (Tulip Breaking Potyvirus) que crea
tulipanes exóticos; una generación de empresas vinculada a Internet (bajo el
pomposo término de "nueva economía"); o la creencia en una
verdad sin fundamento ("el precio de la vivienda nunca baja").
El interés por este cambio
del modelo supone un incremento de los precios, pero eso no basta para
alumbrar a nuestro protagonista. Y es que en cualquier economía moderna
crecimiento e inflación caminan juntas. Lo que distingue a las burbujas de un
aumento de los precios debido por ejemplo a un incremento del nivel de vida, es
que son regadas con un poderoso acelerante: El crédito barato.
Su
presencia es condición necesaria (pero no suficiente) en la historia de nuestro
particular "monstruo". La posibilidad de beneficio rápido resulta
demasiado seductor, y una financiación accesible permite a agentes, normalmente
ajenos al sector, asomarse a este nuevo "modelo de negocio" atraído
por las promesa de un futuro mejor.
Todo el
mundo esta contento. Probablemente a estas alturas de la película los
profesionales que realmente conocen ese mercado se huelen la tostada. Pero da igual, la mayoría sus
advertencias caerán en saco roto. Es demasiado tentador, nadie quiere despertar
del sueño, y por cada voz sensata se alzan cien ignorantes (o interesados) que
prefieren ignorar la realidad.
En su fase de esplendor la demanda es tal que la oferta es incapaz de absorberla. Pero eso no tiene porque detener a la burbuja. Aparecen los "negocios en el aire" (windhandel), es decir, compras y ventas futuras en base a bienes inexistentes basados en la certeza absoluta de unos beneficios que nunca paran de crecer. Este es será el su último estertor (y probablemente la última advertencia).
Y finalmente el estallido. Alguien quiere vender y no encuentra comprador. El pánico cunde. Se intenta desembarazar de sus activos casi tan rápido como cae su valor pero resulta imposible. Impotentes contemplan su ruina sin poder evitarlo. Después queda la resaca. Familias empobrecidas, empresas arruinadas y una economía gravemente herida. Peor cuanto más ha durado la ficción.
En su fase de esplendor la demanda es tal que la oferta es incapaz de absorberla. Pero eso no tiene porque detener a la burbuja. Aparecen los "negocios en el aire" (windhandel), es decir, compras y ventas futuras en base a bienes inexistentes basados en la certeza absoluta de unos beneficios que nunca paran de crecer. Este es será el su último estertor (y probablemente la última advertencia).
Y finalmente el estallido. Alguien quiere vender y no encuentra comprador. El pánico cunde. Se intenta desembarazar de sus activos casi tan rápido como cae su valor pero resulta imposible. Impotentes contemplan su ruina sin poder evitarlo. Después queda la resaca. Familias empobrecidas, empresas arruinadas y una economía gravemente herida. Peor cuanto más ha durado la ficción.