Todo comienza con un
pequeño país junto a la costa llamado Grecia. El caso es que los líderes de
este país, animados por sus ciudadanos, comienzan a gastar más de lo que
ingresan. Algunos de estos gastos son sin duda razonables, otros, víctima de la
vanidad de la popularidad, ridículos. La única forma de mantener esta situación
es por supuesto de prestado.
Todos tenemos
instalada la imagen de que un país, tal vez por ser muy grande, no puede
quebrar. Y tal como repite un amigo mío, lo que no funciona en una familia tampoco puede valer en una empresa o una
nación. El caso es que los bancos (alemanes y franceses principalmente) se
animan y comienzan a realizar prestamos. A medida que las cuantías aumentan
también los intereses asociados a estos préstamos. Debe ser que los asesores de
riesgo de los bancos estaban de vacaciones. Pero el caso es que cuentan como beneficio
lo que debería ser una provisión.
Con el cambio de gobierno
en Grecia se destapa, lo que era evidente para cualquiera pendiente y con
sentido común. El nuevo ejecutivo de Yorgos Papandreu se ve obligado a revisar
al alza dos indicadores clave: el déficit público acumulado en 2009 pasa a ser
de un 12,7% y la deuda se eleva hasta el 113,4% del PIB.
Llegado a este punto
este punto está claro que con (malvadas) agencias de rating o sin ellas, a los
griegos nadie les va librar de un duro ajuste. Mayor por cuanto han mantenido
la farsa por más tiempo. Hablamos por ejemplo de subir el IVA un 4% y reducir
los salarios públicos en más de un 15%.
Mientras
tanto aquí en Europa se comete el gran error. Temen que la caída de Grecia pueda
arrastrar a las principales entidades financieras (la banca europea dispone del
81% de la deuda pública griega), y que ese efecto contagio arrastre a las
empresas asociadas a dichas entidades. En vez de rescatar a los bancos
afectados se intenta rescatar a Grecia. El ajuste griego va
despacio y cuando necesitan emitir deuda no le faltan compradores, ya que total
Europa responde, lo que hace que los intereses de su deuda crezcan y crezcan. Los
planes de rescate se suceden, el dinero público se va evaporando (unos 110.000 millones de euros de
rescate por ejemplo), y el riesgo sistémico no desaparece.
Lo describe muy bien Juan Ignacio Crespo, analista de Thomson Reuters "Cuanto más se aumentaba el volumen del
rescate, más se veía la magnitud del problema. Porque suponía un alivio
momentáneo, pero luego asustaba darse cuenta del agujero al que nos estábamos
enfrentando".
Las (malvadas)
agencias de rating empiezan a aguijonear a otros países (España, Portugal e
Italia principalmente). Temen a sus crecientes
niveles de deuda pública y por tanto su posible insolvencia. En
nuestro caso patrio desde luego no ayuda que los cambios de gobierno de las
pasadas elecciones hayan destapado deudas no contabilizadas (sospechosamente
similares a las de nuestros vecinos helenos). Por ejemplo, las acusaciones del
nuevo ejecutivo de Extremadura hablan de un déficit destapado del 6,81% (1.240
millones de euros), cuando el máximo previsto por el Estado para todas las
autonomías es del 1,3%
¿Cómo acaba esta
historia? Depende. Y es que lo que le conviene a Grecia y Europa son dos cosas
distintas. Para los griegos lo mejor sería declarar un default en toda regla. Suspender los pagos de sus deudas y asumir
su ajuste (brutal) en un año o dos. Si lo hacen bien en tres años pueden volver
a estar creciendo de forma solida y no con pies de barro como hasta ahora. Mientras
a los europeos lo que nos conviene es que Grecia asuma las obligaciones de sus
préstamos y realice un ajuste (brutal) aunque forzosamente más largo.
¿Y quién tiene la
culpa de todo esto? Que cada cual elija en función de su ideología y/o
conveniencia.
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